Yo siempre he hablado solo y en voz alta. No porque me falte gente, sino porque me sobraba yo. Gran parte de mi vida la viví solo y sorprendentemente no me afectó, al contrario, me entrenó. Me acostumbré a estar solo. Y no era soledad, era complicidad.
La voz de mi conciencia siempre estaba ahí.
A veces consejera, a veces juez pero siempre estaba ahí, acompañándome, con audio.
Por eso hablo, y hablo en voz alta cuando estoy “solo”. Porque parte del método es decir las cosas en voz alta, para escucharlas, para ponerlas a prueba y para darme cuenta si realmente funcionan.
Y cuando preparo clases pasa lo mismo. Yo hago la pregunta, me respondo, me contradigo, y hasta a veces me felicito. Y obviamente, también en voz alta. Porque si no lo digo, no lo siento.
Cuando redacto, leo en voz alta lo que escribo, como si tuviera un público frente a mí. Ese público soy yo. Y al escucharlo en voz alta me doy cuenta de lo que funciona, lo que no, y lo que puedo mejorar. Es como ser redactor y corrector al mismo tiempo.
Con el golf me pasa lo mismo. Antes de ejecutar cada golpe, me hablo. Y hablo en voz alta. Me digo: “desplaza tu peso, haz el swing lento”, y al golpear: “estira los brazos”. Como si tuviera un profesor al lado.
Dicen que hay tres tipos de personas que hablan solas: los locos, los genios y los que tienen mala memoria. Yo todavía no sé qué tengo de los tres… lo que sí sé es que me discuto y hasta me contesto.
Y lo más divertido: siempre gano.
Hablar solo es terapia gratis. Unos pagan psicólogo, otros coach motivacional. Yo me doy mis propios consejos y encima no me cobro.
Y ahora, que ya no estoy solo, que estoy felizmente acompañado de mi esposa, de mis maravillosas hijas, de mis perras y de muchos amigos… sigo hablando solo.
En mi casa ya están resignados. Me escuchan en mi escritorio hablando y gritan:
—¿Qué dices papá?
—Nada, hija. Estoy en mi brainstorming.
Hablar solo no es un defecto. Es el lujo de tener la mejor compañía: uno mismo.
Y lo digo en voz alta para que quede claro.
¿O no, Bruja? … Sí, tienes razón.
Responder a MacLean Christian Cancelar la respuesta