Hace muchos años leí algo que me llamó poderosamente la atención.
Era una frase breve, dicha —según los archivos— en un discurso en la ONU:
“La victoria vendrá del vientre de nuestras mujeres.”
Nadie pareció darle importancia. Sonaba a metáfora, a provocación poética, a exageración oriental.
Pero yo la guardé. Y, con el tiempo la entendí o mejor dicho la estoy comprobando.
Nadie escuchó realmente aquel discurso.
Occidente aplaudió con diplomacia y siguió su camino, convencido de que el progreso se mide por la libertad de elegir no tener hijos.
Mientras tanto, al otro lado del mundo, la consigna era exactamente la contraria:
tener muchos.
En algunas comunidades musulmanas, se habla incluso de un promedio de ocho hijos por familia.
Y cuando se multiplica la fe, también se multiplica el futuro.
Décadas después, Europa amaneció diferente.
En Londres, los apellidos ya no terminan en Smith, sino en Khan.
Los templos góticos comparten calle con los llamados a la oración, y los cafés orgánicos conviven con kebabs que nunca cierran.
No hubo invasión.
Hubo natalidad.
El conquistador ya no llega en barco ni en tanque: llega en cochecito, con pañales y esperanza.
Mientras el viejo continente debatía sobre la baja natalidad, el aborto y el cambio climático,
otros simplemente hacían lo que las civilizaciones más longevas siempre hicieron:
crecer.
Y del otro lado del Atlántico, Nueva York eligió un alcalde musulmán.
Predica inclusión, diversidad y fronteras abiertas.
Suena noble, claro.
Pero los viejos imperios también se derrumbaron convencidos de estar haciendo lo correcto.
Hoy, por todos lados se siente:
en los aeropuertos, en las urnas, en los censos.
La migración ya no es un fenómeno: es una mudanza global.
Europa cambia de rostro y de ritmo, y las capitales más poderosas del mundo cambian de acento.
Nadie disparó un tiro.
Solo se escuchó el llanto de recién nacidos.
Y, en el fondo, una voz ancestral susurra con ironía:
—Te lo dijimos.
La victoria vendría del vientre de las mujeres.
¿Y Sudamérica?
Tranquila… por ahora.
Pero las cunas no necesitan pasaporte.
Solo tiempo.

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