El miedo lo hacía temblar a pesar de sus esfuerzos.
Notó que perdía la cabeza.
Su vista se nubló como mañana de invierno.
No solo estaba mudo, también estaba sordo y después, encegueció.
Parecía que estaba muerto a pesar que recién nacía.
Su color amarillo delataba un hígado hinchado de bilis, odio y envidia.
Taló la vida, borró el arte y enterró el mar.
Aplastó cada árbol que se cruzaba en su camino.
Cada obra de arte que no era pintada por él.
Arrojó piedras para defender su monstruosidad.
Parecía que mientras más destruía, más fuerte se hacía.
No es un cuento.
No es un monstruo.
Es peor.
Es nuestro alcalde y su triste historia.
El monstruo amarillo
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