De alumno a docente sin pasar por casting.

No sé en qué momento pasaron 35 años desde que me paré por primera vez frente a una clase del Instituto Peruano de Publicidad. Tal vez fue entre brief y brief, entre una campaña que no aprobaban y otra que, con suerte, soñaba con algún premio.

La cosa es que, sin darme cuenta, he pasado la mitad de mi vida hablando con jóvenes que comparten sus ideas, sus dudas, sus ganas —y que sin saberlo, también me han ayudado a crecer.

Porque en cada clase aprendí algo, incluso cuando yo era el que tenía el plumón en la mano.

Y sí, yo también fui alumno del IPP. Un alumno que ya trabajaba en agencia mientras estudiaba, que salía corriendo de la chamba para presentar una campaña en su Alma Mater, y que un día, al terminar una clase, fue interceptado por Julio Romero —fundador del Instituto, profesor y visionario con olfato de sabueso publicitario.

Julio me felicitó al graduarme.

Me dijo que yo era uno de sus alumnos destacados.

Y así, sin anestesia, me preguntó si quería ser profesor del IPP.

Yo, que no sabía ni por dónde empezar, le dije con más entusiasmo que estrategia:

—“Sí, claro, pero… ¿cómo se hace para enseñar?”

Y él, con una sonrisa entre sabia y retadora, me dijo:

—“¿Acaso no eres tú el creativo?”

Y así fue. Me las ingenié.

Transformé el aula en agencia, y cada clase en un pequeño experimento para conectar, retar y compartir.

Y cuando digo compartir, me refiero a abrir de par en par mi experiencia. Porque eso es lo que hago: contarles a mis alumnos lo que he vivido en casi 40 años como publicista. Les explico mis procesos, mis técnicas, mis métodos —y también mis tropiezos.

Les enseño lo que he desarrollado con orgullo y cariño, lo que bauticé como el método MacLean, no como una fórmula secreta, sino como una herramienta viva que me acompaña en cada reto creativo.

Y lo mejor es que no me lo guardo. No lo vendo. No lo escondo. Lo entrego sin celos. Lo regalo como quien ofrece una brújula, sabiendo que cada uno encontrará su propio norte.

Y en esa entrega está mi verdadera alegría. Porque enseñar, para mí, no es imponer… es invitar.

Ese es, creo yo, la brujería más honesta que he practicado en mi vida profesional: mostrar cómo enfrento un reto creativo con pasión , con ejemplos reales, con campañas que han tenido relativo éxito y con muchas otras que me enseñaron más que cualquier premio.

35 años después, sigo aquí.

Actualizándome, reinventándome, aprendiendo de quienes llegan cada año con ojos nuevos y ganas viejas de cambiar el mundo con una idea.

Gracias, IPP.

Gracias, Julio.

Y gracias a cada alumno que me permitió entrar un ratito en su cabeza —y que sin querer, se quedó a vivir un rato en la mía.

Porque la docencia, cuando es de verdad, no te enseña a repetir. Te enseña a crear.

Y eso… es magia pura.


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Comentarios

2 respuestas a «De alumno a docente sin pasar por casting.»

  1. Avatar de Gustavo Ugas Nardini
    Gustavo Ugas Nardini

    El tiempo pasa volando y cada día lo percibimos más rápido, lo que queda grabado en la memoria son momentos, en el caso de tus alumnos esas experiencias y vivencias son las que se van a llevar y guardar.

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