SHIPWREAK

Naufragando en un naufragio

Lo primero que uno debe saber antes de lanzarse a correr olas en Indonesia es que no todo lo que brilla en Google Maps es fácilmente corrible. Lo segundo, y quizá más importante, es que la emoción es esa droga legal que, aunque no se inyecta, igual te deja sin aire y sin razón. Y si además corres con botitas de neopreno y estas se llenan de agua, el combo es prácticamente letal.

Todo comenzó en Nusa Lembongan, un paraíso tropical en el que hasta las desgracias parecen postales. Yo había ido tras una derecha perfecta: Shipwreck

El point no es de orilla. Tienes que ir en lancha mar adentro.
Una ola que rompe justo frente a un barco encallado —un detalle que uno debería tomar menos como postal y más como advertencia marítima.

Ahí estaba yo, personaje de mi propia tragicomedia, alquilando una tabla como quien alquila un destino. Ni revisé si tenía la pita bien amarrada, ni si las quillas estaban sujetas. Solo subí al bote con la dignidad de un héroe épico y salté al agua como quien se lanza al aplauso de un público inexistente.

Primera ola. Primera caída, y la pita se rompe como una metáfora barata. Y la tabla —mi última conexión con la civilización flotante— se va de tour sin mí. Yo quedo a la deriva, entre el mar, el naufragio y un peso muerto: yo mismo.

Porque, claro, había llevado mis botitas de neopreno, esas que sobre mi tabla me sirven como agarre perfecto pero que dentro del agua se convierten en anclas minimalistas. Cada brazada era una súplica. Cada intento de avance, una burla del océano. Y el barco, ese espectador oxidado y sádico, se acercaba. O yo a él. Íbamos a encontrarnos de todos modos.

Y fue ahí, justo ahí, entre el miedo y las olas, que apareció la idea absurda de morir empotrado en un naufragio. No por poético, sino por estadístico: otro cuerpo más donde ya habían quedado otros. Por torpe, por no revisar una pita, por dejar que la emoción literalmente me ahogue

Pero el mar, ese caprichoso guionista, decidió darme un giro argumental. Desde un bote aparecieron una australiana —ángel nórdico del surf— acompañada de un local con cara de no tener tiempo para estupideces turísticas. Me vieron. Me reconocieron. Me salvaron.

Apoyado en sus tablas como un náufrago sin estilo, me llevaron hasta su bote. No dije mucho. Solo me limité a agradecer con esa voz entrecortada que tienen los que casi se mueren por imprudencia

Moraleja: la emoción es hermosa, pero a veces necesita una pita nueva, botitas ligeras y un poquito de sentido común. Porque uno no puede correr olas con el corazón, pero sí puede ahogarse con él.



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Comentarios

12 respuestas a «Naufragando en un naufragio»

  1. Avatar de Francisco
    Francisco

    Tremenda historia y que tal estaba la australiana jajaja 😂

    1. Avatar de MacLean Christian

      Tremenda surfer y espectacular persona.

  2. Avatar de Victor
    Victor

    Muy buena historia

  3. Avatar de Heinz
    Heinz

    Una experiencia que conlleva a una reflexion. Algo muy importante cuando se alquila una tabla, sobretodo en sitios el cual no se conoce, revisarla totalmente. Y «NUNCA» ingresar a esos lugares poco conocidos, solo.

    1. Avatar de MacLean Christian

      Totalmente de acuerdo Heinz

  4. Avatar de Gustavo
    Gustavo

    Interesante el artículo, dos lecciones que se pueden sacar
    Siempre hay que respetar al mar.
    Primero la seguridad, en este caso verificar el estado de la tabla y de la soga.

  5. Avatar de Gustavo Ugas
    Gustavo Ugas

    Interesante el artículo, dos lecciones que se pueden sacar
    Siempre hay que respetar al mar.
    Primero la seguridad, en este caso verificar el estado de la tabla y de la soga.

  6. Avatar de Elke
    Elke

    Qué miedo!

  7. Avatar de mia maclean
    mia maclean

    increíble

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