Esta historia comienza con un espantoso recuerdo.
Un impactante encuentro entre un gallinazo y yo.
Él, asustado y vomitando.
Yo, impresionado por la escena que marcó distancia con todos los de su especie.
Acababa de mudarme a villa a una casa abandonada pero con mucho potencial.
Mientras recorría sus habitaciones, abro la puerta de un baño y me encuentro un tremendo gallinazo que al verse sorprendido reacciona vomitando ante mi mirada estupefacta.
Ambos nos asustamos.
No sé quien más pero el impacto nos atrapó a los dos.
Cerré la puerta y no regresé a mi futura casa hasta que alguien se encargara de él y lo retirara de mi baño previo pago por este trabajo sucio que yo no estaba dispuesto a realizar y que pasaría al olvido hasta que años, muchos años después gracias a una insólita muestra de arte volvería a experimentar otro sorprendente y no menos impactante encuentro.
Esta vez, no uno, sino varios de ellos me estarían esperando en la entrada de mi casa. Ya no en el baño felizmente, ahora estaban alineados perfectamente a los costados de la pista de entrada de La Encantada escoltando mi llegada a casa.
Unas enormes cabezas negras sobre las palmeras muertas me recibían casi apocalípticamente con su mirada inquisidora.
Mi imaginación comenzó a volar más alto que ellos haciéndome sentir amenazado por esta escolta mortuoria que parecía nunca acabar.
Indignado, y sin saber de qué se trataba ni a dónde acudir para pedir explicaciones, continué diariamente mi recorrido bajo su tétrica mirada que cada día era menos amenazante y curiosamente más cercana.
Días después, algo acostumbrado a las cabezas que vigilaban mis pasos cuando salía de casa, me encuentro con unos amigos en un restaurante donde dos de ellos, uno, mi casi hermano Pedro Salinas conversaba con otra,la hermosa Aida Torres sobre la «maravillosa» muestra de arte Los Gallinazos.
Es ahí cuando ni bien terminaba de saborear un estupendo ceviche que los interrumpo indignado:
-¿Tú sabes quién a puesto esa mierda en los pantanos de villa?
Pregunté con la boca llena también de ira.
-Claro, dijo Pedro
-Es Cristina Planas, una capa!
-¿Una capa?
-Pero si eso es una mierda horrorosa – respondí escupiendo todo mi malestar e indignación.
A lo que la bella Aida me increpa argumentando que el arte es así, polémico y que tiene que impactarte para llamar tu atención.
Tenía toda la razón
Llamó mucho mi atención y comencé a investigar sobre ella, tanto que sin darme cuenta me encontraba en su exposición en el Mali.
Es ahí donde esta historia vuela hacia otro destino.
Las cabezas de los gallinazos esta vez me recibían de otra forma.
Estaban iluminadas estupendamente invitándome a escuchar su historia a través de una pantalla que inmortalizaba la muestra con el testimonio de Cristina quien comenzaría a transformarme en su más ferviente admirador.
Primero, recordando a la bella y muy acertada Aida, y luego descubriendo el propósito de esta muestra.
“El arte es un pretexto para pensar y en ese sentido tiene que incomodar.
Cuando uno se siente incómodo, recién tienes la posibilidad de pensar qué es lo que te incomoda”
Y vaya que me incomodó.
Tanto que me llevó hasta esta maravillosa artista que cambió mi apreciación sobre esta ave estigmatizada, negra, oscura, carroñera que vive en la basura y que en realidad es pacífica, ancestral y que nos acompaña antes de la conquista jugando un rol importante en el ecosistema actuando como reciclador natural y que muy pocos –o casi nadie-reconocía sus virtudes hasta que llegó a los pantanos nuevamente para transformarse en un elemento insignia y que sería utilizado por Cristina como personaje de renovación para una transformación social.
“El ciclo de la vida y la muerte es un enfrentamiento constante de regeneración donde la muerte genera vida. En el caso de los gallinazos y las palmeras, ocurre lo mismo, ya que el crecimiento de la ciudad ha llevado a que las palmeras y los gallinazos, que no son especies nativas de los Pantanos de Villa, se encuentren”
La obra explora el imaginario del gallinazo como agente de renovación en un contexto de crisis climática vinculando el arte y el cuidado del medio ambiente interviniendo 25 palmeras muertas recreando unos gallinazos gigantes a manera de vigilantes.
Más tarde, luego de cambiar totalmente mi apreciación sobre la obra de Cristina, mi amigo Pedro me dice:
-Ahí está, ¿quieres que te la presente?
-Claro, respondo emocionado.
-Pero no le vayas a decir lo que opinaba al principio de ella.
-Tarde, me dijo.
-Ya lo sabe pero igualmente te quiere conocer.
Fue ahí donde experimenté una rara y vergonzosa sensación.
-Ahora el gallinazo soy yo, pensaba por cómo me había expresado de ella de puro ignorante teniendo que reconocer primero mi falta de visión y luego mi absoluta admiración por su obra, al principio incomprendida por decir lo menos.
Luego de reconocerlo, y manifestarle mi cambio de opinión, nos invitaría muy amablemente a su hermosísima casa llena de arte donde conocería más de su increíbles obras y de su extraordinaria y divertida personalidad regresando a casa con el apelativo de “El Convertido” como ella acertadamente me presentara con sus amigos, ahora también los míos.
Un honor Cristina Planas, gracias por abrirme los ojos, pero nunca me dijiste hasta cuándo estarían tus gallinazos rondándome.
Gallinazos
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Comentarios
Una respuesta a «Gallinazos»
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Solo la humildad nos deja aprender y apreciar lo que la supina ignorancia del montón nos ha mantenido oculto. Excelente artículo Bruheimer
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