Durante años vi África por la tele.
Leones rugiendo con subtítulos, las jirafas estirándose en cámara lenta, y varias versiones de Tarzán: desde Johnny Weissmuller hasta Alexander Skarsgård.
Ahora el televisor se abre como una ventana real.
Allá voy sin guion, sin narrador de National Geographic, junto con Elke, mi esposa, su socia Marisol y el Chato de la Flor, mi gran amigo, a ser los protagonistas de esas películas donde nunca soñé actuar, pero siempre quise vivir.
Quizá la realidad no tenga zoom ni cortes perfectos, pero algo me dice que esta historia ya empezó a escribirse:
entre un rugido lejano y una luna que me guiña desde el Serengeti, mientras el avión me lleva, literalmente, volando hacia la aventura.
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