Cuentan los números que 7 días desde que escapé del Covid con picos de 39 grados de temperatura, manejé 6 horas desde Lima pasando por Cañete, Lunahuaná y Cotohuasi para llegar a un remoto paraje del Perú: Huancaya.
Alcanzar los 3,700 metros tiene un costo literalmente alto. El soroche, mal de altura que sumado a la convalecencia del Covid dan como resultado cero. Sí, tu cuerpo tiene cero capacidad de acción, cero fuerza, cero aire pero ganas mil de disfrutar del encanto de una de las lagunas más bellas del planeta. La Laguna de Huallhua.
Una reserva natural de aguas cristalinas y turquesas a la que se le suman cascadas y andenes de agua para recorrerlos a ritmo de Paddle, el mismo que debes cargar por un acantilado 200 metros cuesta abajo para poder iniciar el mágico recorrido fluvial.
Cada remada restó suavemente todo malestar acumulado en el viaje hasta sumergirme en una catarata de agua y emociones, sumado a la leyenda de la sirena que habita en la laguna (no en vano la propia laguna tiene esa forma), y que reclama el pago de ofrendas para portarse bien, tanto con los locales como con los turistas.
La ofrenda o el pago lo hice con creces: kilómetros de viaje, horas de manejo, miles de metros de altura, 2 meniscos rotos y sensaciones no muy placenteras post Covid y soroche. Sin embargo el cobro fue mayor.
Una experiencia que vale más de lo que cuesta. Digna de contar. En kilómetros, horas, metros o palabras.
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